En un pueblo de la frontera colombo-venezolana al norte del estado Zulia, Venezuela.
Ya pueden hacerse una idea: el calor sofocante, el viento que sopla del mar y moldea a su antojo la forma de los cujíes, las bolsas plásticas multicolores enganchadas de las espinas de los cardonales, los camiones cargados de wayuús, las chirrincheras, que pasan raudos por las interminables y, entonces, solitarias carreteras, los botiquines a orillas del camino con sus rocolas atronando vallenatos todo el día.