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Sweet Smell of Success: el nauseabundo hedor del éxito de Walter Winchell (y II)

Burt Lancaster y Tony Curtis protagonizaban una oscura y ácida sátira del winchellismo, en un ambiente de corrupción moral a ritmo de jazz cortesía de Elmer Berstein y el Chico Hamilton Quintet. Curtis es Sidney Falco, un agente de prensa al borde de la bancarrota que sale sin abrigo a la noche invernal newyorkina para ahorrarse las propinas de los guardarropas. Amoral, inescrupuloso, arribista y adulante cuando le conviene, es una galleta full de arsénico.

[Leer la primera parte]

Falco vive a la sombra, o más bien depende de J.J. Hunsecker, todopoderoso columnista, más retorcido que una cesta de Pretzels, creado a imagen y semejanza de Winchell e interpretado de forma aterradora por un estilizado y perverso Lancaster. Sidney le cobra a sus clientes por su acceso a Hunsecker. Pero el columnista lo ha castigado y no publica sus “datos”. Sidney le ha fallado en la misión que le encomendara: romper la relación que mantiene su hermana Susan Hundsecker con Steve Dallas, un joven guitarrista del un quinteto de jazz.

Sweet Smell of Success, incesto y periodismo
Falco (Curtis) se interpone entre Susan Hundsecker (Susan Harrison) y Steve Dallas (Martin Milner)

Lancaster y Curtis, insuperables en sus respectivos personajes, desarrollan una perfecta relación de amor/odio. Hunsecker desprecia al vanidoso y trepador Falco pero le necesita para acabar con la relación de su amada hermanita (lo de “amada” es literal). Sidney aborrece al arrogante columnista, pero depende de él para subsistir y, lo más importante, para llegar arriba, allí donde todo es suave y bueno. Hunsecker es su escalera dorada. Su relación es como la de los viejos matrimonios, simbiótica como la del periodismo y el cine.

El dulce olor de la noche en la ciudad

Dos tercios, o más bien, dos actos de las película transcurren durante la noche, alrededor de Broadway: night clubs atestados de cuerpos sudorosos y humo, aceras llenas de figuras oscuras que se mueven en dirección a ninguna parte, calles barridas por luces de automóviles, rostros iluminados de forma intermitente por el titilar del neón. James Wong Howe retrata de forma magistral, en asombroso blanco y negro, ese bajo mundo de traiciones y lealtades vendidas, prostitución e incesto, ambición y avaricia, donde se mueven como sabandijas los personajes dirigidos por Alexander Mackendrick. Casi todos los personajes de Sweet Smell of Success tienen su precio, son susceptibles de corromperse. Lo peor es que no les importa. Hasta lo desean.

La puesta en escena de Mackendrick es efectiva y económica, con el encuadre y los movimientos de los personajes al servicio de las cambiantes relaciones de poder.

Hundsecker (Lancaster) con la ciudad y la noche a sus pies

Se trata de una sátira tan dura y oscura, tan vil y dolorosa que resulta incómoda de ver.

El diálogo, duro, agudo, ingenioso, veloz, que a ratos suena tan ingenioso y mordaz como una columna de Winchell, es una de las razones por las que el film ha pasado a la historia del cine.

En su mayor parte es mérito del dramaturgo Clifford Odets, quien escribió el guión junto a Mackendrick y Ernest Lehman, basado en la noveleta del mismo Lehman. El libro de Lehman era un recuento de sus experiencias como agente de prensa bajo los servicios de Irving Hoffman, también agente de prensa y columnista de The Hollywood Reporter. Odets, por su parte, de alguna manera estuvo ligado a Winchell y McCarthy. Testificó ante el famoso Comité de Actividades Antiamericanas, renegó de sus afiliaciones izquierdistas y cooperó dando algunos nombres. Su testimonio lo atormentaría hasta el final de sus días. Acaso su obsesivo, impecable, magistral trabajo en Sweet Smell of Success era acaso su manera de reivindicarse, una forma de ajustar cuentas consigo mismo.

Sweet Smell of Success, la noche en la ciudad
Susan y Sidney discuten sobre su relación con Dallas: un buen ejemplo de la economía visual en la dirección de Mackendrick

La película no tuvo el éxito esperado. La crítica, acaso porque la influencia de Winchell no se había despejado del todo en el mundo periodístico, o quizás porque se veía mal retratada en el film, se ensañó con la cinta. El público tampoco respondió. Pocos soportaban ver a dos de sus ídolos, el portentoso Lancaster, el buenmozo Curtis, en la piel de semejantes alimañas. El pase de factura de Hollywood contra Wilchell fue relegado al olvido. Pero no de forma definitiva.

Sweet Smell of Success y el ocaso del Winchellismo

Después un intento fallido en la televisión y de prestar su voz para narrar la serie The Untouchables, con su reputación seriamente lesionada por su relación con el mccarthismo, Winchell se retiró. Desempleado y enfermo, en sus últimos días esperaba la muerte encerrado en una habitación de hotel, escribiendo columnas que nadie publicaba y que colgaba en un gancho de en la pared. A su funeral sólo asistiría una persona. Pronto su —negativo— legado periodístico sería olvidado. El cine le dedicaría una película más, una biografía televisiva protagonizada por Stanley Tucci y producida por la cadena HBO.

J.J. Hundsecker, un hombre en la cima

Sweet Smell of Success, en cambio, ha ido creciendo con el tiempo hasta convertirse en una obra esencial del séptimo arte.

Sus influencias pueden trazarse hasta obras tan cercanas como The Social Network, de David Fincher, según apunta Danny Leigh, in The Guardian. Leigh compara a Hunsecker con Zuckerberg, a Sean Parker con Sidney Falco; el diálogo de Sorkin con el de Odets. Scorsese tiene Sweet Smell of Success entre sus favoritas. Es inevitable pensar en Taxi Driver al admirar las escenas nocturnas filmadas por James Wong Howe. Según Roger Ebert, en el vestíbulo del Brill Building, donse según el film vive J.J. Hunsecker, se filmó una de las escenas de la película de Scorsese.

Finalmente, Sweet Smell o Success sería elegida para su preservación por el Archivo Fílmico Nacional de la Librería del Congreso de los Estados Unidos por su significancia estética, histórica y cultural.

Sweet Smell of Success | Wikipedia | IMDb

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