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Scorsese habla sobre Woodstock

En agosto pasado se cumplieron 50 años del mítico concierto de Woodstock. El director Martin Scorsese fue uno de los editores del film y asistió al concierto para supervisar el trabajo de campo. Tenía 26 años entonces. Lo que sigue son algunos fragmentos de su prólogo para el libro “Woodstock: Three Days That Rocked the World“, de Mike Evans y Paul Kingsbury. Desde entonces los nombres de Martin Scorsese y Woodstock quedaron ligados para siempre.

Woodstock, tres días que sacudieron al mundo

Mi perspectiva sobre Woodstock es… limitada. ¿Cómo de limitada? Bueno, la mayor parte de ese largo fin de semana de agosto de 1969 estuve confinado en una plataforma de unos tres metros de ancho, a la derecha del escenario, bajo una fila de amplificadores, intensamente concentrado en los músicos y sus actuaciones. Iba a ser uno de los montadores de la película de Woodstock, y mi trabajo consistía en quedarme con las imágenes que íbamos a necesitar al ponernos a montar. Teníamos siete cámaras para cada actuación y, hasta el punto en que me podía comunicar con ellos (sorprendentemente bien, dadas las adversidades), trataba de dirigir su atención a lo que ellos no podían percibir, dado que sus ojos estaban pegados a los visores.

Había, de vez en cuando, temas más preocupantes, como tratar de permanecer de pie en ese pequeño espacio lleno de gente. Todos dependíamos los unos de los otros para nuestro bienestar. Si alguien me hubiera empujado me hubiera caído de la plataforma. Pero eso no ocurrió. No había manera de conseguir comida o de ir al baño. Probablemente la mejor hamburguesa que me he comido en la vida fue cortesía de Arthur Barron, el director de documentales, que de alguna manera nos subió una bolsa durante los conciertos del viernes.

Thelma Schoonmaker y Martin Scorsese, en la sala de edición de Woodstock

Casi no pude ver vi al público, tan concentrado como estaba en la acción sobre el escenario. Era simplemente una inquieta presencia detrás de nosotros. De cuando en cuando veía a Michael Wadleigh, el director [de la película), con su cámera, los auriculares torcidos, tratando de contactar con los otros cámaras por radio. En su mayoría, estábamos tratando de captar lo que pudiéramos, aunque me da la impresión de que teníamos una curiosa (quizá juvenil) confianza en que íbamos a tener algo bueno que llevarnos a Nueva York. (…)

Martin Scorsese y Woodstock, “ninguno de nosotros era hippie”

Aparte de nuestra pasión compartida por la música, casi ninguno de nosotros era lo que podíamos llamar un hippie, aunque Wadleigh (director) ya tenía una considerable barba antes de ir a Woodstock (…) Yo aún no me había comprado nunca un par de vaqueros; mi estilo era el de un licenciado muy normalito. Y tampoco era de ninguna manera una persona de campo. Aquejado de asma, era alérgico a casi todo lo que la naturaleza pudiera ofrecer. Pero ahí estábamos todos, hambrientos, exhaustos, luchando con el hecho de que entre las prioridades entre los promotores de Woodstock no estaba el bienestar de los cineastas.

Tenían problemas más acuciantes. No sé a cuánta gente esperaban ese fin de semana, pero desde luego no a medio millón. Y estaban sobrepasados a todos los niveles: comida, saneamiento, staff médico. Las torres de focos amenazaban con desplomarse y los campos se estaban transformando en un mar de barro. No es ningún misterio porqué esa multitud fue hasta Woodstock: Era la promesa de escuchar a tantos grandes músicos en un solo lugar, en un corto periodo de tiempo. Para algunos puede ser un misterio cómo, de principio a fin, Woodstock fue un encuentro pacífico. O sea, cualquier cosa pudo haber ido mal. A veces miro hacia atrás y pienso: “¿Y si alguien se vuelve loco? ¿Y si alguna droga no funciona, o funciona demasiado bien, y deciden asaltar el escenario?”. Hoy la gente idealiza el espíritu de Woodstock, pero creo que contenía los elementos nunca espoleados de algo más amenazante”.

Pequeña inversión

(…) Nosotros, los cineastas, no las teníamos todas con nosotros. Sí, John Calley, parte del nuevo equipo de gerencia en Warner Bros, había acordado cubrir los costes de los alquileres de las cámaras y los rollos de película, una suma que luego recordaría como unos 15.000 dólares o, comentaba, “algo así como una comida en Las Vegas”. También recordaría que, si nos hundíamos, podría recuperar esa modesta suma simplemente vendiendo lo que filmamos para futuros documentales. Pero la financiación para completar la película no estaba garantizada. (…)

Había suficiente material para una película de siete horas, razón por la cual, en sus variadas encarnaciones de vídeo casero, Woodstock ha cambiado un poco de forma a lo largo de los años, sin traicionar a su esencia. Pero ha ocurrido algo más curioso en estos 40 años. Creo que sin la película, el concierto no hubiera sido más que una nota a pie de página en la historia cultural y social de los 60, representada por una foto en un libro, una línea o dos en los libros de historia. Lo que la película hizo, y continúa haciendo, es destilar la experiencia de Woodstock y, más importante, conservarla vibrante y viva. La nota a pie de página se ha convertido en un hito…

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