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Expropiación de salas de cine en Venezuela, ¿medida exagerada o mal necesario?

Tierras, industrias, malls, empresas alimentarias y hasta los comederos populares conocidos como “areperas” son algunos de los ítems en la lista de supermercado de las amenazas de expropiación del gobierno venezolano.

Hasta ahora, que sepamos, la industria cultural criolla no figura en la lista. Mucho menos, la industria del cine. No obstante, meses atrás, se habló del asunto en estos predios virtuales. Primero, en la discusión que se generó a propósito de la exhibición de la película Macuro, la fuerza de un pueblo. Luego, cuando se anunció la expropiación de un gigantesco mall erigido en pleno centro de la ciudad, el Sambil La Candelaria.

Por esos días, en el transcurso de una conversación sobre el asunto, un viejo cineasta venezolano maoísta, me manifestó sus simpatías sobre la expropiación de algunas salas de cine de Venezuela, para la exhibición exclusiva de cine venezolano y cine no estadounidense. Al menos, una por complejo.

Según él, la red de cines comunitarios manejada por la Cinemateca Nacional como sistema de distribución y exhibición alternativa se enfrenta a un obstáculo difícil, aunque no imposible, de superar: la concepción cultural de “ir al cine”, tan profundamente enraizada en la psique del espectador.

Es la gente la que va al cine, no al revés. Con la red de salas de cine comunitarias se pretendió llevar el cine a la gente, sin un cambio de paradigmas previos. Ir al cine es una costumbre. Es decir, un fenómeno cultural. Y un cambio cultural requiere de una revolución. Una revolución cultural.

Para el viejo cineasta maoísta, adepto al proceso, pero crítico, la expropiación de una sala de cine por complejo era el único camino que quedaba para la exhibición de las cinematografías no hollywoodenses; a riesgo de que la medida arrojara dudas sobre el éxito de la red de salas comunitarias, de la Ley de Cine, de la gestión de la Plataforma del Cine de Venezuela y, en el fondo, de los intentos revolucionarios de cambiar los paradigmas culturales de la sociedad venezolana.

Hay que expropiar una sala por complejo. De esta forma, la gente seguirá yendo al cine, aunque tendrá la oportunidad de ver un cine diferente. Como en Cuba, por ejemplo. El bloqueo estadounidense ha sido sido una bendición para los cinéfilos cubanos que no saben lo que es sufrir una de Harry Potter o de los hermanos Wayans…

En principio, la expropiación de un negocio legítimo siempre me ha parecido una medida extrema. Quizás no tanto en los casos de grandes latifundios, plenos de tierras ociosas. Pero en el caso de los cines, a pesar de que sea una expropiación parcial, tengo mis dudas. Por eso me parece pertinente una encuesta para sondear la opinión de los lectores de BlogaCine

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