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“Ese cine venezolano de mierda”

macu-la-mujer-del-policia.jpg¿Por qué pareciera que el espectador venezolano detesta el cine de su país?

Pero, ¿lo detesta en realidad?

Mi parecer es que esa supuesta animadversión de nuestros espectadores hacia el cine hecho en casa, puede que sea producto de una corriente de opinión pública, difundida por los medios masivos y apoyada por la crítica venezolana, surgida a finales de los 80 y principios de los 90.

A finales de los años 80, nuestro cine parecía estar en uno de sus mejores momentos (una opinión que le robo a Sergio Marcano). Durante la década se mantuvo un promedio de producción de diez películas al año, Soolveig Hoogesteijn estrenaba la que sería el mayor éxito taquillero de la década y de la historia de nuestro cine (Macu, la mujer del policía –más de un millón de espectadores) y Fina Torres se había traído la Cámara de Oro de Cannes con Oriana. Román Chalbaud y César Bolívar firmaban los que acaso sean los mejores policiales de nuestro cine (Cangrejo I y II, Homicidio Culposo, Más allá del silencio) y dos de las comedias más finas de la época (Ratón de Ferretería, Domingo de Resurrección). Mauricio Wallerstein exploraba las relaciones de parejas (o de tríos, mejo dicho) en Macho y Hembra o La Máxima Felicidad, Olegario Barrera estrenaba la más celebrada cinta infantil, Pequeña Revancha, Thaelman Urguelles se anotaba puntos con La Boda y Carlos Azpúrua desarrollaba una sólida carrera como documentalista.

Esto, sólo como un pequeño ejemplo de los que era el cine venezolano en los ochenta, sin mencionar a muchos otros realizadores como Alfredo Anzola o César Cortez o Clemente de la Cerda.

Parecía un momento propicio para discutir una nueva Ley de Cine. En el 89 asume la presidencia Carlos Andrés Pérez y se inicia un gobierno de corte neoliberal. Eso quiere decir, en pocas palabras, reducción de la intervención del Estado en los asuntos privados, principalmente en la economía. Una Ley de Cine era, pues puro intervencionismo. En la prensa estaba de moda esa palabra: intervencionismo.

En mi opinión, allí comenzó a generarse la corriente periodística en contra del cine venezolano. ¿Para qué una nueva e intervencionista Ley de Cine? ¿Para proteger un cine tan poco rentable (aunque las cifras demostraban todo lo contrario)? ¿Por qué el Estado debía financiar con dineros públicos, de todos los venezolanos, un cine que ni siquiera era taquillero? Había que privilegiar las grandes producciones industriales, privadas, que eran, al fin y al cabo, las que pagaban la pauta publicitaria de los diarios.

Por otro lado, me da la impresión de que la crítica nacional se sumó para otorgarle prestigio intelectual al linchamiento. ¿Para qué financiar con dineros públicos un cine que no sólo no era taquillero, sino que carecía por completo de calidad? Escribían nuestros críticos en revistas de cine y “arte”, financiadas con dineros públicos, con escasa circulación. “El cine venezolano es pura mierda”, sentenciaban lapidarios los enfant terribles de nuestra crítica, tanto en sus columnas, como en las aulas de las escuelas de cine (en Venezuela existe la única escuela de cine del mundo, creo, que, en vez de graduar cineastas, gradúa… ¡críticos de cine!).

Desde entonces, la corriente de opinión pública se afianzó en nuestro medios. De todas nuestras disciplinas artísticas, la del cine venezolano es acaso la más atacada, escarnecida, odiada, aborrecida.

No obstante, aunque muchos pugnan por teñir esa corriente en contra del cine venezolano con los colores de la actual confrontación partidista (“el cine venezolano es malo porque es chavista/oposicionista”), creo que la situación está cambiando y algunos medios comienzan a mirar nuestro cine con otros ojos. Yo he sentido el cambio de actitud, aunque no sabría a qué atribuirlo. Quizás sea porque los días del neoliberalismo quedaron muy atrás o puede que sea consecuencia del arribo de una nueva generación de comunicadores sociales. También tendría sentido suponer que todo el fenómeno de los contenidos generados por los usuarios en Internet, la famosa Web 2.0, ha propiciado la emergencia de nuevos medios y nuevos críticos.

Lo cierto es que aunque el estigma del cine venezolano sigue vivo, no es menos cierto que ya ha comenzado a morir.

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