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No le disparen al guionista

¿Le hace falta al cine venezolano un buen guión?

Una de las quejas más constantes en los últimos días, en las discusiones de este blog, está relacionada con las deficiencias de los guiones de nuestras películas. De hecho, detractores y seguidores del cine venezolano parecen estar de acuerdo en este punto.

“¡Es el guión, estúpido!” Pero, ¿lo es? ¿Es realmente el guión, el problema?

¿Cómo es posible que, con la añeja tradición narrativa venezolana, plasmada en nuestras mundialmente exitosas telenovelas, no tengamos una generación de guionistas sólidamente formados?

¿A dónde ha ido a parar la legión de escritores que contribuyeron a poner a Venezuela en el mapa del folletín mundial? ¿Por qué no escriben para el cine? ¿O es que sí lo hacen?

Ciertamente, una buena historia, desarrollada como un buen guión, es un elemento clave en el éxito de una película. Del mismo que un guión malo es definitivo para el fracaso de cualquier cinta.

Como lo ha señalado uno de nuestros comentaristas, en Venezuela se adelantan iniciativas para mejorar nuestros guiones. El programa de El Laboratorio del Cine, con sus Lecturas Cruzadas, por ejemplo. O el extenso archivo virtual de artículos sobre dramaturgia de Frank Báiz Quevedo. O los incontables cursos y talleres que se dictan aquí y allá. Eso, sin contar las diferentes cátedras de las distintas carreras de cada universidad venezolana.

Entonces…

¿Por qué son malos nuestros guiones?

Tengo una teoría al respecto: no toda la culpa es de nuestros guionistas. Un buen guión no se dirige solo. No se transforma por arte de magia en una buena película. ¿De qué sirve un buen guión si el director o el productor no lo entiende?

Mi hipótesis se basa en una mala experiencia personal…

Siempre me ha parecido muy difícil la lectura de cualquier guión. No sólo difícil, sino ingrata. Aburrida. Escribir un guión es difícil. Pero leerlo también.

Creo que un guión no es una pieza literaria cuyo fin último es su lectura, a diferencia de un cuento, una novela o un poema. Un guión siempre se me ha antojado una larga receta de cocina, con instrucciones para un ejército de artistas, técnicos y obreros.

Incluso, en el caso de mis propios guiones, se me hace más difícil su lectura que su escritura. Quizás por eso existen los scripts doctors y las lecturas cruzadas. Siempre es bueno contar con un amigo franco, capaz de decirte a la cara que lo que escribiste es una buena mierda.

Un buen guión, mal leído, es un guión malo

Durante mucho tiempo me pregunté por qué uno de mis cortometrajes no había funcionado, a pesar de que partía de una buena idea y de un guión largamente trabajado. Había tenido recursos de sobra para realizarlo y un buen equipo, conformado por gente talentosa.

¿Había fallado yo? Y en tal caso, ¿en qué había fallado? La respuesta comenzó a perfilarse cuando empecé a montar mis propios cortos. Sólo entonces descubrí que muchas veces malinterpretaba, en términos visuales y dramáticos, el sentido de mis propias palabras. Eran como errores de traducción: frases escritas que perdieron su sentido al ser (mal) traducidas a imágenes. Una cosa era lo que yo había escrito y otra, muy diferente, la que interpretaba.

Comencé a sospechar que así como un guión demanda otros tipos de escritura, también requiere de otra forma de lectura.

Que si el guionista escribe con imágenes, el director debe saber leer no sólo palabras. Que la lectura de un guión no puede ser ni literaria ni literal. Que debería ser visual. O dramática. No estoy muy seguro aún, la verdad.

Quizás a eso se refería el gran Billy Wilder cuando en una ocasión dijo:

Para dirigir no hace falta saber escribir… Pero saber leer, ayuda.

Al menos en mi caso, el problema no era que el guionista no supiera escribir, era que el director no sabía leer. Y aún no estoy seguro de haber aprendido.

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