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The Death of Stalin, cuando la historia se repite como farsa

La Muerte de Stalin (The Death of Stalin), el film más reciente de Armando Iannucci es un buen ejemplo de que la Historia es una tragedia que se repite como farsa.

El 1ero de marzo de 1953, Iosef Stalin, el todopoderoso y sanguinario líder absoluto de la Unión Soviética, sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó inconsciente en el suelo, en medio de un charco de sus propios excrementos. Allí permaneció durante 24 horas. Hasta que fue descubierto por el siniestro Lavrenti Beria, jefe máximo de la escalofriante policía secreta NKVD.

La cadena de acontecimientos absurdos que se precipitó a continuación parecía extraída de una comedia de humor negro. Muy negro. En una coincidencia difícil de creer, Stalin sufría el ataque pocas semanas después de ordenar una purga masiva de médicos judíos después de denunciar un supuesto complot de médicos.

De modo pues que allí estaba el temido jerarca, agonizando en un “charco de indignidad”, mientras a su alrededor los miembros del politburó no se atrevían a hacer nada para ayudarlo, paralizados por el miedo y por la certeza de que, dada las circunstancias, con los calabozos de la policía secreta rebozantes de médicos torturados, ningún galeno con dos dedos de frente se apersonaría en el lugar.

A no ser, claro está, a la fuerza.

The Death of Stalin, de la historia al cómic, del cómic al cine

Con tan poderoso material, los franceses Fabien Nury y Thierry Robin escribieron e ilustraron La Muerte de Stalin (The Death of Stalin), una estupenda novela gráfica que cuenta las intrigas palaciegas que se suscitaron durante la agonía y la posterior muerte de Stalin.

Un ejemplar de la novela gráfica fue a parar a manos del guionista y director Armando Iannucci (Veep, In the Loop).

A minutos de haber comenzado de leer, ya sabía que quería hacer la película.

El resultado es una sátira política envenenada con el más negro de los humores, donde la paranoia, el miedo y aun el horror más absoluto conducen, absurdamente, a la carcajada nerviosa en su estado más puro.

Pero a diferencia de la novela gráfica, Iannucci quiso ir más allá de la simple parodia histórica y hacer un film más contemporáneo.

El producto final es una metáfora del poder en la era del resurgimiento de los hombres fuertes, del populismo moderno y las ideas neocolectivistas: de Berlusconi a Putin, pasando por Kim-Jong Um, Donald Trump,  o Erdoğan.

Hombres fuertes y nuevos movimientos de masas

Así lo explica Iannucci a la revista Rolling Stone en una entrevista reciente:

(Al concebir la película) tenía en mente la extraña fase por la que atraviesa la democracia en estos días. Los hombres fuertes son elegidos y luego comienzan a acumular poder.

Entonces, a pesar de que han sido elegidos democráticamente, comienzan a usar la democracia para reforzar su propia posición y cada vez resulta más difícil removerlos. Así que tienes gente como Putin, Berlusconi … Erdoğan en Turquía. En Europa del Este, se modifican las constituciones para que puedan permanecer en el cargo por más tiempo. Ese tipo de cosas.

También estaba pensando  en los movimientos de masas en toda Europa: el nacionalismo, el populismo. Lo impredecible ahora en las elecciones. La gente realmente desencantada de los políticos, los nuevos partidos y el extremismo emergente. Rodamos la película en el verano de 2016, antes de que Donald Trump fuera elegido y todo el asunto de Rusia-América se convirtiera en noticia. Pero eso en sí mismo también es parte de esa tendencia que de todos modos me había dado cuenta.

Entonces, la película está hecha para resonar con esa sensación de actualidad. Es parte de la razón por la que quería hacer la película. Para decir: “Mira, ya sabes, solo porque estás en una democracia, no pienses que es perfecta o permanente … porque puede desaparecer si no haces algo al respecto “.

La Muerte de Stalin, metáfora de lo actual

The Death of Stalin, la novela gráfica que da origen al film
The Death of Stalin, la novela gráfica que da origen al film

Para dar esta sensación de actualidad, Iannucci compuso un reparto heterogéneo, con actores de distintos orígenes. Y en el que el énfasis está puesto en lo actoral y lo contemporáneo y no en la fidelidad histórica.

Por eso, de entrada, ya el hecho de que Steve Buscemi interprete a Nikita Kruschov es garantía de carcajadas. Y de actualidad. Un Krushov capaz “de huir corriendo y de conspirar al mismo tiempo”.

Jeffrey Tambor s otro de los grandes aciertos de la selección de reparto. Su Georgy Malenkov, pusilánime y vanidoso, es sencillamente desternillante. 

Andrea Riseborough, como Svletana Stalin es otro de los grandes aciertos: confundida y al borde de la histeria siempre, al mismo tiempo luce como si la muerte de su padre le hubiese quitado un gran peso de encima.

Simon Russell Beale, actor de teatro inglés, es insuperable como Beria. Tras su aparentemente inofensivo aspecto de abuelo burócrata, se esconde un torturador, depredador sexual y hábil manipulador psicópata.

Nadie del cuadro actoral busca parecerse a los personajes reales. Si siquiera intentan hablar con acento ruso, como lo aclara Iannucci.

Desde las primeras etapas, tomamos la decisión de hacerlos con acentos en inglés y no con acento ruso. Quería que los espectadores sintieran que esto estaba sucediendo ahora, y delante de ti, en lugar de hace mucho tiempo y muy, muy lejos. Tenía que sentirse vivo. A veces siento que si eres muy, muy literal en ese sentido, de repente se vuelve como una pieza de museo en lugar de ser un ser vivo.

Polémica y censura

Tal y como reseñamos hace poco, el film no le hizo la menor gracia a las autoridades rusas y su exhibición en aquel país fue prohibida. Gran parte de la medida de censura se basa en el tratamiento que la película hace del Mariscal Gueorgui Zhúkov, héroe nacional ruso por su desempeño en la Segunda Guerra Mundial.

La Muerte de Stalin, reparto ecléctico que garantiza la vigencia de la historia
La Muerte de Stalin, reparto ecléctico que garantiza la vigencia de la historia

Lo curioso es que, en un film poblado de personajes pusilánimes y horribles a partes iguales, que se la pasan conspirando los unos contra los otros y que exhiben un verdadero el Zhúkov interpretado con gracia por Jason Isaacs, es uno de los personajes más empáticos.  Y de los que sale mejor parado en este festival de chismes, calumnias, zancadillas y puñaladas traperas.

Rodada en Londres, pero con una extraordinaria reconstrucción del Moscú de la época, La Muerte de Stalin (The Death of Stalin) es una película inusual. En un panorama cinematográfico cada vez más escapista, donde los grandes estudios apuestan por los superhéroes y las salas de arte y ensayo y festivales por historias intimistas que evitan los grandes temas de la actualidad; el film de Iannucci se vale de un hecho histórico para hundir el escalpelo en los mayores temas políticos del momento.

El resurgimiento de los autoritarismo, la desinformación como arma de afianzarse en el poder, la frontera cada más difusa entre propaganda y verdad.

Y lo hace con un humor corrosivo que explota el absurdo de la historia para dejar una reflexión muy actual sobre el poder.

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