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¿Por qué nos miran los animales? (a propósito de Rise of the Planet of Apes)

Escribe John Berger en su ensayo ¿Por qué miramos a los animales?:

Los ojos de un animal cuando observan al hombre tienen una expresión atenta y cautelosa. El mismo animal puede mirar a otra especie del mismo modo. No reserva para el hombre una mirada especial. Pero, salvo la humana, ninguna otra especie reconocerá la mirada del animal como algo familiar. Otros animales se quedan atrapados en ella. El hombre toma conciencia de sí mismo al devolverla.

Hombre y bestia, dolorosa separación

Berger describe a continuación el lento y doloroso proceso de separación entre el hombre y el animal. De un estado primigenio de convivencia, en el que hombre y animal eran un todo indisoluble; con el advenimiento de la agricultura, pasamos a la esclavitud de las bestias. De ese estado de sometimiento, los animales sólo serían liberados por la máquina de vapor. Pero al mismo tiempo, la Revolución Industrial los marginaría de la existencia humana.

Fue entonces cuando aparecieron los zoológicos, símbolos del poderío colonial.

Dentro de sus jaulas, a la vista de los visitantes, los animales viven una existencia alienada, sin razón de ser. La relación entre la mirada del hombre y el animal se fractura definitivamente con la urbanización de la humanidad.

En nuestras jaulas—viviendas, los animales convertidos en mascotas emulan la existencia artificial de sus amos. Alimentos sintéticos, huesos de goma, pájaros de peluche, murales con imágenes de exteriores.

Rise of the Planet of Apes, amanecer de las bestias

Recuerdo el ensayo de Berger mientras veo Rise of The Planet of Apes, de Rupert Wyatt. La mirada humana en el rostro de un chimpancé llamado Caesar, protagonista de la historia, resulta sumamente inquietante. Aquí y allá la gente se revuelve inquieta en sus butacas. Hay suspiros y calladas exclamaciones.

La audiencia mira a Caesar, simio protagonista de la historia, y su mirada subvierte la relación hombre-animal, perturbando nuestra reafirmación como humanos. Nuestra conciencia como espectadores.

¿Por qué nos miran los animales?

La cámara escudriña los ojos de Caesar porque son el sello indiscutible de su pensamiento. La cámara, lo decía Andrei Tarkovsky es la única herramienta que retrata la vida interior, el pensamiento, de los personajes.

Los encuadres, la puesta en escena y el trabajo actoral de Andy Serkis se esmeran en sacarle partido a esa mirada con incontables close-ups. También la promoción del film. Es el “gancho” de la película.

Nénette, la mirada del simio

Basta comparar la mirada de Caesar con la de Nénette para descubrir el abismo que nos separa de los animales.

En Nénette, de Nicolas Philibert, una cámara obsesiva escruta la mirada de Nénete, una orangutana de 40 años, residente del Jardin des Plantes de París.

Mientras, en OFF, escuchamos los comentarios de los observadores. El texto de Berger inspira el documental. De hecho, el realizador francés invitó al crítico y escritor inglés a participar en el film, como uno de los espectadores frente a la jaula de Nénette. Berger declinó la invitación por motivos de salud.

A diferencia de la mirada de Caesar, en la de Nénette sólo hay distancia, exclusión, como diría Berger. Un vacío que sólo llenan los comentarios de los visitantes de su jaula. El documental deviene así el registro de nuestra reafirmación. Como seres humanos ante la bestia. Somos los espectadores quienes evolucionamos, no Nénnette.

Planet of Apes: César o la evolución de la mirada

En cambio, la evolución de Caesar como personaje es la evolución de su mirada. El suspense de Planet of Apes se deriva más de la evolución del personaje —literalmente— que de cualquier ardid dramatúrgico. En el clímax, se cierra definitivamente el abismo que nos separa de las bestias y el público grita de pavor.

Nuevamente, es pertinente el texto de Berger:

(…) Cuando la mirada es entre dos hombres, el lenguaje establece un puente entre los dos abismos. Aun cuando el encuentro sea hostil y no se utilice palabra alguna (aun cuando hablen lenguas diferentes), la existencia del lenguaje permite que al menos uno de ellos, si no los dos, se sienta confirmado por el otro. El lenguaje permite al hombre contra con los otros como con él mismo. (…) El animal puede ser domesticado, a fin de convertirlo en una fuente de aprovisionamiento y en una herramienta de trabajo para el campesino. Pero la falta de un lenguaje común, su silencio, siempre garantiza su distancia, su diferencia, su exclusión con respecto al hombre

Una vez completada su evolución, comienza la revolución.

Los simios, con conciencia de sí mismos, se levantan en pie de guerra cansados de tantos siglos de servidumbre. De marginación. De reclusión. De vivir una existencia que replica la de sus amos. Y uno, como espectador, no puede si no estar de su lado. Esperanzados. Quizás, al final de la guerra, hombre y animal recuperen ese estado de gracia, de unidad, de comunión primigenia de la que habla Berger.

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