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La polémica de Vigalondo en Twitter no es lo que parece

Leo sobre la polémica de Vigalondo en Twitter y no dejo de pensar que después de algún tiempo viviendo online, uno aprende algunas cosas sobre Internet:

  • A pesar de que digan lo contrario, en la red sí existen fronteras geográficas.
  • Aunque se diga lo contrario, también existen fronteras temáticas.
  • Que, a pesar de lo que declare la propaganda, tampoco en la red existe la plena libertad de expresión.
  • Que, a pesar de que no lo parezca, todo lo que digas y hagas tendrá sus consecuencias.
  • Que, aunque no lo creas, no es lo mismo la relación virtual que la personal.
  • Que, aunque no lo hayas advertido, al otro lado del cable, sentada frente a sus teclados y monitores, hay gente de carne y hueso, leyéndote. Gente con que algún día te toparás en la calle.
  • Que, aunque así lo sientas, Internet no es un paraíso.
  • Y que lo mejor es mantenerse alejado de la política, virtual y físicamente.

Muchas de estas cosas las aprendí de sopetón, de golpe, por algo que escribí a la ligera en una lista de correos y que desató un pequeño infierno de reproches, insultos, rupturas de relaciones, malentendidos y acusaciones políticas.

Por eso, cuando monté un blog, me impuse algunas reglas —que no siempre cumplo:

  • Seguir, al pie de la letra, un consejo que leí en alguna parte: “escribe siempre como si tu jefe te estuviera leyendo”.
  • En consecuencia, no escribir jamás sobre los problemas del trabajo diario. No escribir sobre empresas, jefes, clientes o colegas.
  • Seguir al pie de la letra, otro consejo que escuché una vez: “no escribir con odio”.
  • No escribir, jamás, borracho. Ni siquiera acercarme al teclado con una copa de vino encima, adentro o en la mano —una vez, un 31 de diciembre, vacié una cerveza sobre el teclado de mi portátil. Sobrevivió. Aún la uso. Pero no es a eso a lo que me refiero.
  • No escribir, jamás, alterado. Ni molesto, ni triste, ni deprimido. Ni, mucho menos, eufórico.
  • Siempre responder los ataques e insultos —cuando se lo merecen— con frialdad. Nunca ofuscado, molesto. Preferiblemente, dejarlo para el día siguiente cuando, desaparecida la indignación o molestia, sea más claro si vale o no la pena.
  • Evitar caer en el juego de la polarización política, que nos convierte a todos en propaganda ambulantes a favor o en contra de algún bando.
  • Hablar, opinar, escribir siempre sobre lo que sé y sustentar los argumentos con pruebas. Dicho de otro modo: nunca hablar de lo que no sé.
  • Reconocer los errores, aceptar cuando estoy equivocado y no olvidar que la capacidad de cambiar de opinión es una virtud, no un defecto.
  • No personalizar la discusión.
  • Respetar la intimidad del otro.
  • Escoger siempre con pinzas cada palabra a la hora de bromear (y, ciertamente, jamás, pero jamás, hacer un chiste sobre el Holocausto).
  • Y no olvidar nunca que al otro lado del cable, sentada ante sus teclados y monitores, hay gente de carne y hueso, leyéndome. Y que algún me toparé con mis interlocutores virtuales cara a cara. Más aún en este país, esta ciudad, este medio tan pequeño. Esto, incluso, lo aplico en ambos sentidos: cuando me agreden en la red, me queda el consuelo de que algún día me encontraré cara a cara con el agresor.

La polémica de Vigalondo en Twitter

Nacho Vigalondo
Nacho Vigalondo no se corta para expresarse

No es cuestión de evitarse problemas a la hora de escribir y expresar tus opiniones, sino de escribirlas de modo que den lugar a un debate productivo y tolerante. Lo que no siempre ocurre, claro está.

Con la llegada de las redes sociales y el microblogging, extremé estas precauciones. Pues la mayor virtud del Facebook es su mayor defecto. Allí todo lo que digas o escribas, es personal. En Twitter también hay que andarse con cuidado. La brevedad del mensaje, junto a su virtualidad, es una de las mayores fuentes de malentendidos en la red.

Traigo a colación todo lo anterior a propósito de la polémica de Vigalondo en Twitter.

Cineasta con una nominación al Oscar, un largo estrenado y otro en postproducción. Actor, humorista, editor de uno de los blogs más leídos de la blogósfera cinematográfica de Iberoamérica y tuitero empedernido, el viernes hizo un chiste de imprevisibles consecuencias:

Enseguida comenzaron los reproches y los insultos:

Vigalondo respondió con una nueva andanada de chistes:

O:

A toda carrera, con alcohol corriendo por sus arterias, Vigalondo se aproximaba peligrosamente al nivel Mel Gibson.

Pero hizo caso omiso de las advertencias de prudencia:

Y el tema de la Ley Sinde y las subvenciones al cine español, no tardó en aparecer:

El día después de la polémica de Vigalondo en Twitter

El fin de semana, el asunto se había salido de control. Intervinieron los medios tradicionales y el cineasta era zarandeado por los internautas. Para colmo, la polémica cayó en el contexto de la rivalidad entre los diarios El Mundo y El País. Este segundo diario no sólo aloja en su plataforma el blog de Vigalondo, sino que además la semana pasada había lanzado una campaña publicitaria con Vigalondo como protagonista.

De nada sirvió que Vigalondo explicara que se trataba de una burla, no contra el Holocausto, sino de la parodia de la negación del Holocausto. El País canceló la campaña publicitaria y Vigalondo cerró su blog.

Seguidores y detractores del cineasta han cerrado filas, a favor y en contra. La controversia ha desatado preocupaciones de muy diversa índole. A muchos les preocupa la pérdida del sentido del humor en Internet (y España), la dictadura de lo políticamente correcto, la reacción desproporcionada de la turba virtual que atacó al cineasta en la red de microblogging, el sensacionalismo e insensibilidad de los medios tradicionales a la hora de explotar la confrontación, o el (mal)uso de Twitter como fuente de noticias.

En la acera de enfrente están quienes critican la falta de sensibilidad de Vigalondo al bromear sobre un tema tan peliagudo como el Holocausto o su irresponsabilidad al tuitear “rascao”.

Los límites de la libertad de expresión y el humor

También hay quien ha señalado los estrechos límites de la libertad de expresión cuando se trabaja para un grupo económico poderoso:

La independencia intelectual es inversamente proporcional al tamaño del grupo de comunicación que te contrata. Quien lo niegue, miente. Nadie te dice qué tienes que decir y qué debes callar, pero uno sabe perfectamente dónde está la línea roja. Y sabe cuándo la está cruzando (salvo que esté muy borracho como, al parecer, estaba Nacho cuando escribió ese chiste).

Sin embargo, creo que uno de los aspectos más preocupantes de la cuestión reside en la polarización que se ha creado en torno al tema de la Ley Sinde y als descargas. Acaso nada de esto habría pasado si no existiera el clima de confrontación entre “internautas” y “creadores” que irresponsablemente se creó en la Internet española.

Probablemente, el chiste de Vigalondo no habría tenido mayores consecuencias. Pero los radicales que adversan la Ley Sinde, vieron en la broma una nueva oportunidad de hacer trizas a otro “creador” (paralelamente al caso Vigalondo, el cantante David Bisbal era blanco de ataques por un chiste poco apropiado sobre la situación en Egipto).

En especial, a uno que dijo cosas que ambos bandos en disputa no querían escuchar, que asumió una posición equilibrada que en nada contribuía a agudizar la confrontación.

A Vigalondo, como a Alex de la Iglesia, le han pasado factura por su posición conciliadora en la controversia, mientras que los responsables de esta situación callan, convenientemente.

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