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Gangster No. 1, una película sobre la envidia

De todas las pasiones, de las bajas pasiones, la que menos entiendo, la que más me fascina y me desconcierta, la que más incómodo me pone, es la envidia. Me da la impresión de que es incluso la más difícil de ocultar y la que más vergüenza ajena despierta. Es tan arrolladora, irracional y primitiva que lleva al envidioso a cometer las más terribles barbaridades y disparates en público, a decir sin querer los peores insultos, a causar daño sin remordimiento.

Digo sin remordimiento, pero no sé. Siempre me ha intrigado saber qué piensa un envidioso de sus peores actos cuando se encuentra a solas y reflexiona sobre su conducta.

Puede parecer extraño, pero he sido testigo de incontables episodios de envidia. Les juro que he visto gente enverdecer (¿o sería más apropiado decir ‘reverdecer’?) de envidia. No es un dicho, no es una metáfora: de verdad vi a una persona ponerse, literalmente, verde de la envidia. Sí, la envidia es verde.

Verde envidia, verde bilis

No, la envidia es de un tono de verde bilial. Verde bilioso. Verde-bilis —a pesar de que el filósofo español, el recordado Carlos Gurméndez, en su Tratado de las Pasiones, insista en que la envidia no es verde, sino amarilla. Sí, estos ojos que se han de comer los gusanos, vieron cómo la piel de aquella persona fue adquiriendo un tono verde-bilis, como si la vesícula no le funcionara bien.

Karen, sujeto envidiado
Karen (Saffron Burrows)

He visto cómo competidores, traicionados por la envidia y la derrota, rompen la copa del ganador. He visto gente gastarse lo que no tiene —y más— para equipararse y superar al vecino envidiado.

He visto algunos envidiar a sus parejas y hacer todo lo posible por arruinarle la vida; aunque ello signifique arruinarse la propia.

He sabido de sacerdotes católicos, santos hombres de Dios, envidiosos del éxito de sus colegas. E, incluso, llegué a conocer un raro tipo de envidioso, un envidioso consciente de su propia envidia y que llegó a extremos de confesárselo al envidiado:

Chico, ¿sabes lo que pasa? Lo que pasa es que yo te envidio. Te envidio, c… ¡Te envidio! ¡Y quiero que lo sepas para que te duela! ¡no es amistad: es ENVIDIA!

O algo por el estilo. Sí, yo sé que es raro. Es tan raro que quise poner esa escena en un guión y mi coguionista de entonces la eliminó, por inverosímil. Usualmente, el envidioso trata de disimular, patéticamente, su envidia, no la proclama a los cuatro vientos —llamémosla ‘envidia estentórea’. Y mucho menos, se lo hace saber al envidiado. Porque se arriesgaría a perderlo.

Envidioso y envidiado, el ying y el yang

El envidioso no puede permitirse perder al envidiado. El envidioso es un ser incompleto que necesita del envidiado para sentirse completo. Vive en función de lo que le falta y que sólo el otro puede suplir. Sin embargo, es un deseo condenado a la insatisfacción. Porque el envidioso no envidia lo que tiene el envidiado. O quizás envidia lo que no puede tener: envidia lo que el otro es.

Ya que nadie puede ser el otro, por mucho que se esfuerce. Puede que a veces lo logre, pero sólo momentáneamente.

De modo pues que ya no sé si la fascinación con la envidia es consecuencia de haber conocido o tratado tantos envidiosos; o si la fascionación me ha llevado a conocerlos, a ser testigo de sus manifestaciones. Ojo: no estoy diciendo que sea un envidiado. No. Simplemente, quiero decir que he podido ver manifestaciones de envidia con bastante regularidad.

Paul Bettany, un nuevo McDowell
Paul Bettany, el nuevo Malcolm McDowell

No creo que sea debido a mi carrera. Tampoco creo que los que se dedican a las artes, los artistas, sean más propensos a la envidia. En realidad somos envidiosos en tanto que humanos.

Y todos sentimos envidia de una u otra forma, en una u otra medida. Nadie es inmune. Todos, independientemente de sus profesiones, podemos llegar a ser víctimas de tan negativa pasión.

A pesar de que exista eso que llaman “sana envidia” —mentira: no hay nada sano, no puedo haberlo, en tan devastador sentimiento—. Lo mismo da que seas actriz, director, escritor, peluquero, miss o bombero. O un vulgar pandillero, un gangster. Como el gangster que interpretan Malcolm McDowell y Paul Bettany en Gangster No. 1, de Paul McGuigan.

Nota: a partir de aquí puede que se revelen detalles importantes de la trama de la cinta, así que recomendamos verla primero y leer después…

Hace días, fui testigo de otro episodio de envidia que me recordó esta película de hace un buen tiempo.

Una película sobre la envidia: Gangster No. 1

Se trata de una historia que explora la envidia en un un contexto sin ley donde debe privar el honor y la lealtad para contener la brutalidad. ¿Es Bob Dylan quien dice en algún lado que se necesita de mucho honor para vivir al margen de la ley?

Después de un breve discurso introductorio a cargo del innombrado gangster del título, donde nos hace aclara que idiota no es, el film se inicia con una noticia que le cae fatal: Freddie Mays (David Thewlis) acaba de salir de prisión.

En el rostro del Gangster No. 55 se dibuja el inicio del fin. Por muchos años había podido ser otro, mientras Mays estuvo en prisión, había podido ser otro. La ausencia de Mays le había permitido ser el otro. Pero esto sólo lo sabremos luego, porque al fin y al cabo hemos venido a ver una película de gangsters, no de envidiosos.

Gangster No. 55, la viva imagen de la envidia
Gangster No. 55 (Malcom McDowell)

De allí en adelante, en sucesivos flashbacks, se nos cuenta la relación entre el capo Mays y su protegido, el Gangster 55, interpretado en su juventud por Paul Bettany (aquí uno no puede más que hacer notar su extraordinario parecido con el joven McDowell de A Clockwork Orange).

Pronto sabremos que el Gangster 55 quiere ascender en el escalafón y llegar al puesto de su jefe, el gangster número 1, el distinguido y suave Freddie Mays.

Pero en un plano más profundo, lo que vemos es el desarrollo y ejecución de un plan movido única y exclusivamente no por la ambición, sino por la envidia. El Gangster 55 quiere ser tan distinguido y elegante como Mays. Sueña con tener una mujer como la suya, la espigada y delicada Karen (Saffron Burrows). El Gangster 55 quiere ser Mays.

Ya no se trata de arrebatarle su puesto, sino de aniquilarlo, humillarlo, desmoralizarlo, pisotearlo para ubicarlo al nivel de su propia mezquindad y mediocridad. Al nivel de su brutalidad e irracionalidad.

Pero ya se sabe, lo que es de uno, de uno es. Y nadie te lo puede arrebatar. De modo que todos los intentos del Gangster 55 estarán condenados al fracaso. Y esto lo sabemos casi que de antemano en la película. No hay forma de que aquel patán cabezón, sin escrúpulos y sin estilo, en que termina convertido el que fuera un apuesto Gangster 55, se convierta ni en la sombra de Freddy Mays. Todo lo contrario: sabemos que la destrucción del envidiado Mays significará su propio aniquilamiento.

Brutal película sobre la envidia

Gangster No. 1, como película sobre la envidia, es brutal. Contiene una de las escenas más violentas de la historia del cine. Aquella en la que el joven Gangster 55 se prepara para acometer un desmembramiento. No obstante, lo que lo hace único es la exploración de la envidia, esa baja pasión devastadora, como motor del mundo gangsteril.

Y en este sentido, el clímax de la historia, el enfrentamiento entre Freddie Mays y el Gangster 55 es quizá una de los retratos más perfectos de la envidia en el cine:

Who’d wanna be Freddie Mays?

Gangster No. 1, una película sobre la envidia
Gangster No. 1

Otro film que trata en el cine la envidia es The Talented Mister Ripley, adaptación de Anthony Minghella de la escabrosa novela de Patricia Highsmith. Pero ya este post está muy largo y hace mucho que vi la película y leí la novela. Prometo una nueva entrega, más adelante.

En todo caso, Gangster No 1. es una película sobre la envidia que muestra cómo incluso los gansters no son inmunes a una de las más auto destructivas bajas pasiones.

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